Charlas

¿FEMINISMO O FEMINISMOS?

Coeducación

Con este texto propongo unas reflexiones muy personales, fruto de mi deseo de explicar por qué me rechina tanto el empeño actual de separar por piezas el mosaico del Feminismo, como si se temiera alguna catástrofe de confusión con quien nunca nos identificaríamos.

Algunas de las metáforas que aquí empleo para explicar mi pensamiento ya las conoce alguna gente, porque he comprobado que son muy útiles para comprender  y abordar desde una cierta argumentación feminista, cosas que no podemos entender, pero que, frecuentemente nos tragamos como píldoras sin agua. Creo que ayudan a centrar el debate y  a clarificar la reflexión.

Otra cosa que no me agrada es que se suponga que mi condición  personal y mi posición feminista se correlacionan o que se intente utilizar un “feministómetro”, para repartir títulos y diplomas de autenticidad.

Y, otra de las cuestiones que me incomodan y hastían es el  “nosotras” y “vosotras” o el “nosotras” y “ellas”. En cualquier caso esto son fórmulas  separatistas y elitistas, que no puedo considerar como opciones feministas. En todo caso serían mujeristas o identitarias.

Últimamente está de moda hablar en plural, no sé si para dar o darse mayor importancia. Es frecuente escuchar en entrevistas, cuando habla una persona sola, usar el plural mayestático: ahora vamos a hacer,  pensamos ir, tenemos muchos proyectos, etc… Cuando preguntas quién más, resulta que no hay nadie más, pero esta primera persona singular está intentando colocarse en el plural, supongo que para agrandarse.

También marca tendencia la palabra “plural”. Parece que nos dota de posmodernidad, amplitud y tolerancia. No sé, pero a veces me da que sospechar, porque nos aproxima a diversidad, pluralismo o diferencias y no siempre nos aproxima para aclararnos, a veces para confundirnos, porque en la aproximación excesiva se pierde perspectiva general.

Todas las  corrientes y modalidades  del feminismo tienen mucho de coincidente y algo de discrepante: proceden de un tronco firme llamado feminismo, con unas raíces que lo mantienen vivo y unas ramas que  lo embellecen y transforman y que cambian de tamaño y de forma en cada temporada, según el clima y las necesidades. Toda rama debería tener un apellido adecuado, pero no renegar de la raigambre y del tronco del que proceden,  llamado Feminismo, suplantándolo.

Si hablamos de feminismos en plural, podemos pensar que en vez de tronco y raíces tienen radículas, que no están conectadas, como los hongos, que nacen y desaparecen sin dejar ni tomar huella o parasitan raíces potentes de otras plantas y germinan por esporas.

El feminismo es un potente y casi milenario árbol, cuyas características son la búsqueda y exigencia de mejora de las condiciones de vida de las mujeres, de su libertad y bienestar, de su consideración como seres humanos completos y de su condición de ciudadanas de pleno derecho. Al reivindicar todo esto para la mitad de la humanidad, se pretende un efecto de mejora para el conjunto, por pura matemática sistémica. Así es que el feminismo pretende el bien de la justicia, de la Igualdad y de la Libertad para toda la humanidad.

Otra cosa es que haya corrientes feministas reivindicativas de las diferencias y de las discrepancias, rechazando la Igualdad  por confundirla con el uniformismo, abrazando la libertad sin más, traducida en la práctica al consentimiento de los mandatos patriarcales, pero ahora elegidos “libremente” y alejándose del carácter social de la justicia, al buscar de forma prioritaria  y casi exclusiva la subjetividad, el individualismo y la identidad personal.

El feminismo nos orienta y enfoca en el largo camino que recorremos juntas. Y nos explica de dónde venimos, dónde estamos y a dónde queremos y podemos ir. Nos centra en la soberanía personal y colectiva y desde ahí nos da la capacidad de analizar y resolver por dónde seguir caminando.

El feminismo no es un absoluto,  no hay verdadero y falso, es un prisma de muchas caras, pero sí tiene características comunes y bastante permanentes, como son: la libertad para las mujeres, la mejora de las condiciones de vida y la igualdad de oportunidades, de derechos, de condiciones y de trato. Y, también tiene como característica el deseo de mejorar la vida común, como ya hemos apuntado más arriba,  desdibujando, neutralizando y finalmente eliminando en lo posible las dicotomías y jerarquías patriarcales, respecto a las condiciones humanas de sexos y de géneros.

Podemos diferir en cómo, cuándo, por parte de quiénes o porqué. Podemos diferir en los discursos, en la epistemología, en las fuentes y en la graduación de prioridades y objetivos. Podemos diferir en el ritmo, en las acciones y en los símbolos, pero el feminismo  ha sido y es todavía la teoría y la práctica emancipatoria más incluyente.

Porque el feminismo identifica al oponente con claridad meridiana: el patriarcado dicotómico y jerárquico, sistema cultural universal de subordinación de las mujeres y de dominio de los varones, por el mero hecho de serlo, unas y otros. Las personas feministas identifican al patriarcado allá donde se hallen, en todas las culturas y latitudes, pues todas las culturas son patriarcales hasta la fecha y en todas las latitudes se halla instalado el padre social en trono de preferencia. Destaco que he dicho personas feministas y no mujeres. El Feminismo en todas sus modalidades y manifestaciones siempre ha sido y sigue siendo una teoría política, social y cultural, un movimiento social y una organización institucional minoritaria y vanguardista, que todavía actúa en los márgenes y periferias, con alguna incursión a las centralidades, pasajeras, silenciosas, clandestinas, camufladas, disfrazadas o maquilladas y siempre acosadas y malmiradas, pero al fin y al cabo incursiones. Y siempre considerado excesivo, impertinente y subversivo para los parámetros patriarcales. A veces, habitar el espacio del no-poder tiende a inventar espejismos para sentirse mejor, incluso para sentir que manda, nombra y domina, aunque sólo sea a sus iguales del no-poder.

Así es que me pregunto: ¿Qué necesidad tenemos las personas feministas de convertirnos en impertinentes, excesivas o subversivas para nosotras mismas, unas contra otras?

Las feministas activas y comprometidas se desesperan viendo pasar los años sin que las políticas de Igualdad efectiva prosperen y mucho menos las políticas feministas, asistiendo a reacciones furibundas y desmedidas ante pequeños avances, teniendo que soportar las resistencias pasivas y activas en organizaciones mixtas que han aprobado políticas y planes de Igualdad, teniendo que vindicar a cada momento que los lenguajes se adapten a los tiempos democráticos, peleando por la justicia con cierta sensación de caer mal, con complejo de obstinación gratuita, y sobre todo, con mucho mucho cansancio, el cansancio del begin the begin secular, el cansancio de arrastrar fardos pesados durante muchos, demasiados años.

Muchas de las feministas activas se han comprometido en cargos públicos y se han agotado en este intento, luchando contra los elementos, contra viento y marea, posponiendo las vindicaciones y propuestas feministas, negociando mínimos que luego no se cumplen, convenciendo y no venciendo casi nunca. Para ellas mi respeto, apoyo y reconocimiento, pues otras mujeres y otras feministas nos solemos cabrear mucho con ellas, porque nos parece que se olvidaron de sus orígenes y se mimetizaron con los poderes patriarcales.

Nos convendría mucho practicar la Sororidad, de la que tanto hablamos: reconocernos como diferentes- iguales y todas imprescindibles.

La sororidad (prefiero  decir soridad) tiene características que definen también la hermandad y la fraternidad, como: “unión de voluntades, correspondencia, alianza y confederación, agrupación de personas para determinado fin, amistad o afecto entre hermanos o entre los que se tratan como tales”, según el DLE. En esta definición cabemos todas las corrientes y personas feministas, pero no cualquiera que intente o consiga suplantar la denominación de origen que es: nuestra oposición clara y frontal al sistema de dominación patriarcal.

Y sobre todo, el Feminismo sórico, tendrá que despojarse de toda idea o inclinación hacia el elitismo, sea éste cultural, ideológico, sexual, étnico, etario, jerárquico, epistemológico o ideológico, porque nos aparta de la idea-fuerza más brillante y potente  del feminismo, la idea de la Igualdad, del “tú como yo y del yo como tú”.

Porque la idea de la Igualdad es tan brillante y potente que siempre parece inalcanzable y casi nos invita a desistir de ella, refugiándonos en las manidas ideas de “ellas no son como yo, nadie es igual, la igualdad oculta las peculiaridades, la diversidad  y las diferencias, la igualdad uniformiza”, etc..

Sin embargo, a mi entender, la Igualdad es lo único que equipara a los seres humanos reconociendo las diferencias de origen para encontrarse en el lugar común del reconocimiento, la redistribución, la representación, el acceso a los derechos y a las oportunidades. Nadie es más ni menos que nadie: ni las ilustradas, ni las lesbianas, ni las transexuales o transgénero, ni las institucionales, ni las postporno, ni las postcoloniales, ni las prosex, ni las queer, , ni las ciber,  ni las performativas, ni las materialistas, ni las nómadas, ni las alternativas, ni las maternalistas, ni las ecofeministas, ni las radicales, ni las liberales. Todas nosotras, formamos parte de un mosaico imprescindible en el que todas las piezas son valiosas, pues si no, estaría incompleto. A mi entender, la interseccionalidad es inherente al FEMINISMO, así, en singular y con mayúsculas, pues tampoco puede ser que nadie suplante la voz y la representación de nadie, aunque todas las ramas no nacieron a la vez ni en el mismo lugar del mundo ni con la misma fuerza. Y, algunas pueden secarse así como otras pueden nacer, rebrotar, parasitar o pretender sobresalir.

Mª Elena Simón Rodriguez

BIO: Elena Simon